Jacinda Ardern: un liderazgo femenino que sí existe

«No es fácil hacer encajar a las mujeres en una estructura que, de entrada, está codificada como masculina. Por ello, lo que tenemos que hacer no es redefinirlas a ellas, sino cambiar la estructura de poder». Es quizá ahora un buen momento para recuperar algunas de las citas de la gran Mary Beard en su manifiesto ‘Mujeres y poder’. Un libro que nos viene como anillo al dedo tras la noticia de la renuncia política de Jacinda Ardern. La política laborista, de 42 años, dice adiós a la posibilidad de reelección en Nueva Zelanda tras una carrera de excelencia. No sólo logró revalidar su mandato en octubre de 2020, sino que lo hizo con un margen abrumador que le permitió gobernar en solitario, algo que ninguna formación neozelandesa había logrado desde 1996. Unos logros destacados que, ahora, llegan a su fin. ¿Qué razones han podido llevar a la dimisión a la que una vez fue la mujer dirigente más joven del mundo?

Maternidad. Conciliación. Síndrome de la Impostora. Falta de seguridad financiera. Cuando una mujer lidera, lo hace con todo el peso de ser mujer. Un peso que, bien llevado, puede ser la fuerza que nos falta para despegar nuestro potencial; pero que, en su peor versión, puede dar lugar a una serie de obstáculos tan propios como mentales. Según la OIT, «la segunda barrera más citada como impedimento de los liderazgos de las mujeres son los roles sociales que siguen definiendo cómo ser según tu género». Es por ello que, en un mundo que entiende el liderazgo como masculino, un varón jamás se plantearía concluir su carrera a los 42.

¿El liderazgo tiene género?

La renuncia de Ardern sentencia que existe otra forma de hacer política, no sólo durante el liderazgo, sino también al marchar. Esta dimisión abre además un antiguo debate: ¿Tenemos las mujeres una forma distinta de dirigir el mundo? ¿Existe el liderazgo femenino? ¿Es esta forma de liderar única y exclusivamente para nosotras?

Desde Aula Magna Business School siempre ponemos el foco en lo cambiante del mercado laboral actual. Si haces años tener un título universitario era garantía de trabajo, actualmente éste no sirve de nada si no va acompañado de una serie de soft skills tales como la resiliencia, la inteligencia emocional o la autocrítica. Si las exigencias cambian porque el mercado evoluciona, ¿cómo no iba a transformarse el liderazgo?

Existe un liderazgo femenino porque existen unas competencias propias del género femenino que han venido a ser demandadas cuando el mercado las ha necesitado. Tras el auge de la digitalización o la automatización, la empatía, la lucha colectiva o la creatividad le han ganado la partida al control, la competitividad o la autoridad. Teniendo en cuenta que, durante siglos, el modelo de referencia para hombres y mujeres había sido el masculino, ¿por qué no podría ser ahora el femenino el modelo deseado por la sociedad en su conjunto?

Recuperando la cita de Beard: cambiemos el poder. Seamos una apuesta por la diversidad en un nuevo sistema que necesita de aquellos valores humanos olvidados. Pongamos en práctica el networking basado en las relaciones, fomentemos la participación y normalicemos la aversión al riesgo o la gestión sin imposición. Si tanto mujeres como hombres nos empapamos de estos valores femeninos, quién sabe, quizá Ardern no hubiese renunciado nunca. 

Hablemos en cifras

Sólo el 6% de las personas al frente de gobiernos en el mundo son mujeres. Un porcentaje escueto que se repite en otros ámbitos de poder. Por ejemplo, según datos actualizados del CNMV, la presencia de mujeres en los consejos de administración en España no llega al 30%. De la misma forma, sólo el 19,66% de las féminas se dedica a la alta dirección. Cifras que, eso sí, han ido creciendo en el último lustro.

La igualdad numérica, además, poco o nada tiene que ver con la igualdad sustantiva. Es por ello que no deberíamos perdernos en excesivas celebraciones ante medidas de igualdad como la obligación, para 2026, de que «las empresas grandes tengan el 40% del sexo subrepresentado entre los directores no ejecutivos». Son buenas noticias, sí, pero no suficientes. ¿Por qué conformarnos con las cuotas cuando tenemos en nuestras manos un mercado laboral que, por primera vez, reclama, demanda y exige valores femeninos?

Las lideresas no han llegado para reemplazar a nadie, sino para complementar a las organizaciones en base a las mejores virtudes de cada género y los mejores atributos de cada liderazgo. O al menos, eso, es lo que hizo Jacinda Ardern.

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